Wednesday, February 27, 2008

ESCAPEROS EN EL HIPERMERCADO

ESCAPEROS EN EL HIPERMERCADO Emilio Alberto Restrepo Baena

Claro que si lo vemos con los ojos del siglo XXI, nos puede parecer fantasía o simplemente anecdótico, cuando no inverosímil. Los robos en los supermercados son el pan nuestro de cada día, explican un porcentaje muy alto de las pérdidas del negocio, mantienen toda una red de bandas conocidos como “Escaperos”, que se dedican a este oficio para luego revender en las tiendas de barrio y es la principal causa de amenazas y muerte para los empleados que a diario se enfrentan a combos supremamente hábiles y entrenados, con sangre fría y sin escrúpulos, con conexiones en la policía y con abogados que los defienden para salir de inmediato incluso cuando son cogidos en el acto, a seguir nuevamente delinquiendo en otro sitio, pues la rotación es la clave para desconcertar y pasar más desapercibidos.

Y este capítulo incluye también desde el tranquilo señor que consume un yogurt o una cerveza mientras hace sus compras, como el que lee una revista y recorta una página para guardar un dato, hasta el niño que destapa un paquete de golosinas o el que saca un disco compacto para ensayarlo en su reproductor portátil y no lo devuelve al salir; todo lo anterior sin pagar, por supuesto. Caso aparte es el de los cleptómanos por compulsión enfermiza, no con motivación delincuencial, pues usualmente son personas prestantes de estrato social superior, profesionales de altos ingresos que no pueden reprimir el vértigo de robar a sabiendas de ser vigilados, ya que necesitan el baño de adrenalina para vivir y llamar de alguna manera la atención. Esto se considera un trastorno de tipo siquiátrico.

Los almacenes se han inventado todo tipo de estrategias. Vigilancia abierta o encubierta. Personas que fingen cuidar el parqueadero, o estar mercando o ser mendigos. Cámaras de circuito cerrado de todo tipo, filmaciones, grupos que actúan de incógnito como autodefensa, abogados que acusan, estoperoles de seguridad pegados a los productos, alarmas y detectores a la salida, marca de las facturas. Pero hecha la ley, hecha la trampa y los rufianes se inventan una estrategia que supere el escollo y siguen coronando y surtiendo a sus reducidores.

Y los vigilantes tienen que sortear a esta peste. Los tienen referenciados en fotos, galerías enteras de toda ralea de alimañas, hombres mujeres, jóvenes y viejos, de todo tipo y condición. Y no se pueden equivocar. Si a un capturado no le encuentran mercancía en su cuerpo, le cuesta al empleado equivocado la expulsión del trabajo y se puede ganar una demanda y todo tipo de amenazas. Y si lo encuentran cargado, hasta peor, pues el pillo nunca está solo, lo intimida y hay muchos casos de homicidio por retaliaciones de este tipo, ya que el implicado a las pocas horas está nuevamente en las calles, a pesar de ser muchas veces reincidente.

Señoras que llegan con pantalón forrado estilo “chicle” y camiseta ancha hasta la mitad del muslo, inmediatamente son seguidas por los vigilantes encubiertos. Lo mismo las señoras embarazadas. Son los principales sospechosos. El modus operandi es sencillo y basado en la velocidad de sus dedos, en lo pequeño y costoso de los artículos seleccionados y en las advertencias de sus cómplices que fingiendo comprar, les hacen cortina y les sirven de “campaneros”, para avisar oportunamente cuando se presenta algún riesgo de ser sorprendidos. En fracción de segundos esconden por debajo de sus camisetas o bajo las faldas anchas, productos como tintas de computador, cuchillas de afeitar, desodorantes finos, licores importados, que usualmente son pequeños, compactos y costosos. Ceñido a sus cuerpos, llevan una especie de faja en la que esconden lo hurtado, sin hacer bultos que los delaten y sin que se les caiga. Luego salen tranquilamente como si nada. Con la aparición de las puntillas de seguridad que tienen muchos de estos productos y que hacen un ruido escandaloso al cruzar las puertas del almacén, ya los pillos se han inventado otra modalidad: tienen el aparato que supuestamente es de uso exclusivo del almacén con el que quitan los pines. ¿Cómo lo consiguieron?, no se sabe. Acaso fue que el fabricante rompió el pacto de confidencialidad y realizó varios de más para venderlo a las bandas, o un empleado infiltrado sustrajo alguno del stock de la compañía o algún genio criollo diseñó un aparato “hechizo” que imita a la perfección al original y cumple todas sus funciones. Lo cierto es que le quitan el sonido delator y el rufián se embolsilla o se encaleta en su cuerpo los productos apetecidos como en los viejos tiempos. Es tan epidémica la situación, que han tenido que implantar una cámara permanente para monitorizar estas secciones. Si hay faltantes en los inventarios, se les cobra a los encargados de la seguridad del turno en el que ocurrió el desfalco.

Cuando logran conseguirse un tiquete de la factura de pago de máquina registradora que no haya sido señalado con marcador para indicar que ya fue sacada la mercancía del almacén, se anotan otro tanto a su favor: Empiezan a llenar los carritos con exactamente los mismos productos que vienen referenciados en la tirilla, disimulan con un niño muy pequeño dentro del carrito y el cómplice, generalmente una anciana o una embarazada va metiendo con toda la cautela y sin ninguna prisa los productos dentro de la bolsa del supermercado. Al finalizar la jornada, tienen varias bolsas en el carrito, dan vueltas cerca de una caja en la que han comprado cualquier chuchería de poco valor, salen por la puerta principal y ahí sí les chequean con marcador el recibo. Si de pronto el portero es cómplice, no pone ninguna marca y la factura queda lista para ser nuevamente utilizada. Para no despertar sospechas, muchas veces se las venden a otras bandas por un precio del 10 % del valor de la compra y un nuevo grupo de payasos vuelve a mercar una o todas las veces que fuera posible, de acuerdo al compinche de la vigilancia en la portería.

Otra modalidad es la de ingresar con bolsas de marca del almacén llenas de papel o trapos o basura; al entrar el vigilante, sobornado o no, les pone el tiquete distintivo de mercancía traída de afuera, un integrante escoge en otra bolsa la mercancía seleccionada, y en una fracción de segundo cogen el tiquete con que lo sellaron a la entrada, se lo ponen a la bolsa con el hurto, le aplican un gancho, esperan tomando un refrigerio mientras ven si la cosa se complica o no y luego salen como si nada. Otros más osados o mejor conectados, tienen a su disposición de una vez las marcas que los porteros le ponen a las bolsas que entran de afuera, sin tener que pasar paquetes por delante de los vigías; una vez adentro, empacan y sellan.

Antes del código de barras obligado para todos los productos, y muchas veces a pesar de él, los escaperos le cambiaban el tiquete con el precio y el código, de un producto para otro, poniéndole a un producto caro, un menor valor. Hay quien incluso tenga una grapadora especial para aplicarlos y retirarlos sin un deterioro que levante sospechas.

En los baños y en los probadores de ropa también se aprovecha para acomodarse cualquier tipo de prendas y no es raro que las “pájaras” se pongan hasta veinte sostenes o prendas de interior, camisillas, chaquetas, todo tipo de indumentaria. Por eso el mayor deshonor para un vigilante de área, es que en su zona aparezcan vestidos raídos o zapatos viejos que denotan que en la calle, alguien está estrenando sin pagar. Para aumentar el compromiso, la administración del local, hace pagar entre el personal que estaba de turno en la jornada del robo, el valor de lo sustraído. Hay supervisores que han comprometido a sus subordinaos a que asuman la vergüenza de ponerse la ropa en jirones y maloliente o los tenis en hilachas dejadas como ingrato recuerdo, cuando han sido víctimas de un escapero más hábil que ellos.

En casos más rebuscados de sofisticación, se ha dado la situación de un muchacho que infiltró el sistema, copió los códigos de seguridad, clonó el formato del área de cambios y devoluciones. Se aparecía muy elegante a la sección de electrodomésticos con el tiquete de compra alterado, con el documento de cambio aparentemente en regla y salía con su televisor nuevo por la puerta principal con uno de los muchachos llevándole el equipo hasta el taxi. Cuando el asunto reventó por el lado de los inventarios, luego de rotar varios almacenes, se le hizo inteligencia y fue capturado. La sorpresa era que también venía defraudando a la empresa de servicios públicos con cuentas millonarias, y en el pasado lo habían relacionado con una banda que estafaba con tarjetas de crédito.

Con las tarjetas de crédito que no necesitan clave a diferencia de las de débito, también se han hecho maravillas. De acuerdo al cupo pagan todo tipo de cuentas, de servicios, de mercado, de electrodomésticos. El cajero no siempre cumple con el requisito de pedir la cédula de identidad del dueño de la tarjeta. Muchas veces cuando el malandrín consigue la tarjeta, llama a su cajero amigo infiltrado, averigua su turno y paga el producto en su caja sin ningún inconveniente. Otras veces, cuando el cupo es grande y el producto caro, justifica mandar a fabricar un documento (en la ciudad hay mucho quien lo haga), o se presenta una falsa denuncia de cédula extraviada a nombre del pobre dueño quien al mes siguiente se encontrará con la mala noticia de la cuenta a su nombre.

Para evitar registrar menos de lo realmente comprado, se les prohíbe a los cajeros que atiendan en sus turnos a sus familiares cuando están comprando, sobre todo mercado y productos comestibles abundantes que no tienen dispositivo de seguridad. Los pillos se las ingenian y en ocasiones hacen compras de incógnito fingiendo no conocerse, o dos cajeros encompinchados se cruzan los respectivos amigos o familiares y el uno le registra al del otro y viceversa. Por eso muchas veces, estos empleados son monitorizados por las cámaras en forma oculta.

Otra modalidad es la de “tirar dedo”, que consiste en señalar a las personas que retiran dinero de las sucursales bancarias o que compran productos costosos o mercados abundantes. Al salir, son perseguidos por integrantes de las bandas conocidos como “fleteros” y atracados en el camino. Hay leyendas urbanas que describen la infiltración de los supermercados por guerrilleros para detectar potenciales víctimas de extorsión y secuestro.

Otro ejecutivo del pillaje se ha hecho célebre por demandar a varias cadenas de hipermercados por perjurio, calumnia, daño moral y todo tipo de leguleyadas hábilmente orquestadas por abogados de dudosa ética. Va con la esposa y los hijos a comprar. Se esconde en el cuerpo productos caros, dejándose pillar a propósito de los vigilantes. En milésimas se descarga y al ser requerido por la policía a la salida del almacén, se descubre con sorpresa que no lleva nada, pese a la certeza de los testigos. En ese momento sus niñas lloran, la esposa se desmaya, la cuñada vocifera que no sabía que era un vulgar ladrón. Al instante, aparece de la nada un amigo suyo, abogado que pasaba por allí a comprar cualquier bisutería y se le pone al frente al caso. Ante la falta de pruebas y el histrionismo de la familia, amenazando un escándalo que convoca a los clientes que en ese momento rodean al pobre ciudadano víctima del abuso del gran capitalista despiadado, no queda más camino que conciliar. Incluso, han ido a juicio, cuando la suma ofrecida no es satisfactoria. Se invoca la constitución, el derecho al buen nombre, la honra mancillada, la pérdida de confianza con impacto emotivo y sexual, impacto laboral, daño sicológico, trauma de los niños y mil cosas más. Este personaje se ha hecho notorio, rota de ciudades y su foto es reconocida por los jefes de seguridad. Se convirtió en una leyenda. Se ha resbalado por escaleras dentro de los locales, ha recibido descargas eléctricas en las ferreterías, se ha cortado al roce de los estantes, ha sufrido dolores de pecho tipo infarto o convulsiones en almacenes que se sabe no tienen unidad médica como lo exige la ley. Siempre su amigote el abogado hace su aparición e invocando la ley infringida, y el derecho a indemnización por responsabilidad civil, han sacado una jugosa tajada. A pesar de ser tan conocidos, siguen propinando golpes certeros. Primero se acaba el helecho que los marrano, se ha dicho siempre.
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Para leer más sobre pillaje urbano, les propongo este artículo sobre los "técnicas de malevaje":
http://emiliorestrepo.blogspot.com/2014/01/tecnicas-de-malevaje.html



Wednesday, February 20, 2008

UN RECIEN LLEGADO A LA CABALGATA DE LA FERIA DE LAS FLORES

UN RECIEN LLEGADO A LA CABALGATA DE LA FERIA DE LAS FLORES
Emilio Alberto Restrepo Baena. emiliorestrepo@gmail.com


Foto tomada de: http://www.noticaballos.com/los-borrachos-y-los-caballos.html



Aquí hago lectura del texto para Teledonmatías, para quien prefiera el video al texto

Hace alrededor de un año, un buen amigo me convenció para integrarme con él y su grupo, todos los jueves en la tarde, a la cabalgata que arrancaba de una caballeriza de Sabaneta y recorría por algunas zonas rurales de este y otros municipios del sur del Valle del Aburrá. Al principio lo hice por algo de curiosidad y esnobismo y no sin cierto temor que asiste al que ha sido urbano a ultranza y citadino desde la más tierna infancia. Se trataba de un grupo de profesionales, jubilados la mayoría, que sacaron de su rutina el espacio para estar en un grupo de hombres solos, inicialmente con la prevención de sus esposas que huelen peligrosos estrógenos circulantes en todas las actividades de sus cónyuges y luego con una amodorrada resignación de ellas, como cuando se les activa el chip del fútbol o de los negocios o de la política que casi todos los machos llevan insertados en su ADN.

Las primeras jornadas fueron sorprendentes. Conversación amena, apuntes divertidísimos, música al gusto y por tandas, sin estridencias, licor en la dosis justa, viandas exquisitas, ambiente, color de naturaleza, senderos ecológicos, cero ostentación, reivindicación de la palabra y del disfrute de las cosas simples de la vida. Estuve muy animado por un tiempo y no veía la hora de que llegara el jueves para departir con mis amigotes, relajarme y olvidarme de tanta obligación y tanto estrés de la vida diaria. Que gente tan agradable, se veía lo honesto, lo decente, lo dignos y educados que eran.

Por asuntos profesionales me ausenté unas semanas de la ciudad y al volver me enteré de que en el fin de semana siguiente sería la famosa cabalgata de la Feria de las Flores. Sin pensarlo mucho, acepté la invitación de unos compañeros del trabajo, distintos al grupo de los jueves, nos entusiasmamos, nos inscribimos, alquilamos los caballos y nos preparamos para lo que sería una velada inolvidable.

Ese sábado fue uno de los peores de mi vida. Durante varias horas traté de avistar a mis colegas de travesía y no me pude encontrar a ninguno. Los celulares tenían las líneas saturadas y no había conexión y cuando esta se lograba, oír era imposible, pues el barullo era insoportable, la estridencia era ensordecedora, todo el mundo estaba a los gritos. El calor del medio día nos golpeaba inmisericorde los hombros y nuestras duras testas parecían a punto de reventar. Había miles, léase bien, miles de caballos con sus respectivos jinetes, todos apeñuscados, en un hacinamiento que no permitía una marcha fluida, cemento y edificios por todos los lados, nada de aire puro ni verde alrededor, caballos resoplando, sudando a cántaros y echando babaza por la boca. Pero lo que más me llamó la atención era los personajes que estaban a mi alrededor. Todos uniformados con sombrero, poncho, lentes oscuros, camisa de cuadros y manga larga y blue jeans. Cadenas y relojes de marca en notoria ostentación. Bebeta compulsiva de licor en todas sus presentaciones y combinaciones, un lenguaje vulgar y ordinario, en berridos ininteligibles y carcajadas sin razón aparente, insultos cuando se presentaban fricciones entre los binomios bestia-bestia, que era cada dos pasos. A su alrededor, la concentración más alta del mundo de mujeres bonitas, pero todas iguales: pelo largo, rubio a la fuerza de las tinturas y recién cepillado, sombrero vaquero puesto por primera vez, tetas descomunales a punto de reventarse muy seguramente de origen siliconudo, pantalón apretado, bota tejana comprada la víspera, lentes negros de marca, casi siempre sobre el sombrero, no en los ojos como uno espera. Casi todas igual de chillonas y ebrias, igual de fanfarronas, igual de mostronas, era casi evidente que la mayoría era la primera vez que montaban. Me llamó poderosamente la atención la ausencia de esposas, que a esa hora deberían de estar viendo el desfile por televisión. Después un amigo me sacó de la ignorancia y me dijo que esos maniquíes reciben el remoquete de “grillas” y suelen acompañar en eventos públicos a los señorones que tanto me asombraron. No lo sabía, pero al verlos juntos me asombré de su volumen, de su cantidad, pero después me hicieron caer en cuenta que a Medellín le dicen “Lobolandia” y que aquí se cuentan por millares.

En todo caso mi faena se tornó en pesadilla. Una vez metido en el torrente de bestias y caballos, era imposible salirme. Me mencionaron mil veces la madre, me ensuciaron de babas, sudor y boñiga de caballo, vómito de borracha; me insolé y todavía me duelen los muslos y la cintura de hacer fuerza. Los hongos que me quedaron en la ingle de tanto sudar parecían champiñones y por poco quedé despellejado. Si me hubieran visto la parte posterior y baja donde termina la espalda, hubieran pensado que estuve en un crucero con un grupo de marineros escandinavos y que se había acabado el lubricante. Hubo amenazas, miradas fieras, alegría por decreto, alboroto artificial, euforia postiza y una de las veladas más desgastantes que me ha tocado vivir, por no decir que decadente y aburridora.

Supe que en otros años se presentaron peleas de borrachos, caballos muertos, desmayos, equinos subidos al metro, grescas, basura por todos los lados, caos vial, atropellados, pero nunca lo había vivido tan de cerca. En el remate de la dichosa cabalgata, se presentó una riña al parecer de carácter pasional-etílica en la plaza mayorista que terminó con varios asesinatos.

No pude por ningún lugar recuperar lo lúdico, lo grato de la naturaleza, la fluidez de una jornada espontánea contemplando paisajes y deleitándome de una buena conversación al calor de unos buenos tragos y una comida agradable. Encontré solo apariencias y vulgaridad, mezquindad y agresión, ebriedad de la mala, vanidad de la fea, poses y artificios, superficialidad y belleza de postín. Creo que dentro de mí, tengo suficientes razones para nunca más volver.

Cuando le pregunté a los del grupo de los jueves que porqué no habían ido, sorprendidos de mí, me contestaron que por todo eso mismo, que los caballistas puros, de años de experiencia, de formación ecuestre por ancestro, abolengo, gusto y convicción, nunca se prestaban para tal desmadre; que eso violaba todas las normas del respeto por los animales y por el prójimo y que el cemento desvirtuaba el sentido real de una cabalgata ecológica en su más pura concepción estética y filosófica. Con indignación me ripostaron que cómo se me ocurría siquiera pensar que ellos iban a ir a semejante adefesio que prostituye el sentido puro y conceptual de la cabalgata como tal, que no contara con ellos para prestarse a semejante aparato de ostentación, arribismo y superficialidad. Que a los jinetes de verdad, a los que amaban el arte ecuestre, jamás los verían en semejante esperpento mediático.

Con la vergüenza de un recién llegado que comete una torpeza por desconocimiento, entendí que me merecía lo que me pasó por embelequero y filipichín y preferí cambiar de tema.









Fotos tomadas de: http://www.gentedecabecera.com/2011/09/bucaramanga-vivio-una-feria-mas/



LEER MAS ARTICULOS DE "MEDELLIN, ESA DESCONOCIDA" EN:


Leyendas urbanas de Medellín:
http://emiliorestrepo.blogspot.com/2005/05/leyendas-urbanas-de-la-tradicin-oral.html

Crónica de Medellín Esotérico:
http://emiliorestrepo.blogspot.com/2005/05/crnica-esotrica-de-medelln.html
 Crónica de los Cantantes jubilados que nos visitan:
http://emiliorestrepo.blogspot.com/2005/05/medelln-el-paraso-de-los-dinosaurios.html

 Crónica de Medellín Underground
http://emiliorestrepo.blogspot.com/2005/05/medelln-underground.html


¡¡¡¡DESTACADO!!!!
Cuentos propios, leídos por el autor:


Sunday, February 03, 2008

COLEGA, NO COMPRE FINCA DE RECREO

COLEGA, NO COMPRE FINCA DE RECREOEmilio Alberto Restrepo Baena
“El cariño verdadero, ni se compra ni se vende…”




No vaya a creer que es charlando. Como en la vieja canción, las fincas de recreo son como el cariño verdadero: ni se compra ni se vende, y entre comprarla y venderla, hay desespero, hastío, úlceras, canas, rabietas, amistades rotas y un severo deterioro del patrimonio. Y como dice el dicho popular, hay sólo dos momentos de felicidad en lo que tiene que ver con tener finca de recreo: El momento de comprarla, en el que uno tiene la ilusión de haber obtenido por fin el terruñito de felicidad para realizar todos los sueños que ha idealizado durante los años en que se ha reventado el lomo trabajando como un buey y el momento de venderla, al borde del desespero, siempre por un valor inferior al inicial a un ingenuo al que no le cierra la boca porque cree que por fin está cumpliendo el sueño de toda su vida. Y así el círculo se repite una y otra y otra vez.

Porque comprar una parcela es dotar a los amigos y a los familiares y a los conocidos de éstos de un lugar bueno, bonito y barato para pasear sin tener que gastar; los fines de semana llegan por docenas sin avisar, a horas del almuerzo o en mitad de la tertulia al calor de unos traguitos o del asado, siempre con la premisa de que “ya que pasaba por aquí cerquita, aproveché para darte un saludito” dice el repentino comensal en un tono empalagosamente simpático mientras baja la comitiva del carro, ya con el vestido de baño puesto y los morrales a punto de reventar la cajuela, no propiamente cargados con mercado, viandas, gaseosas o licor. Luego transcurren tres días
en los que hay que ir varias veces al pueblo para ajustar los víveres, siempre en el carro de uno y con la plata de uno, contando con que la abnegada esposa, sin quererlo ni elegirlo, tuvo que madrugar diario a preparar el desayuno para todos mientras se desarrugaban en las camas, luego de trasnochar bailando y cantando, presa de una resaca feroz. Pasa todo el día en la cocina mantequeando y limpiando, tratando de ser atenta y cortés para no figurar como mala anfitriona, mientras lo fulmina a uno con la mirada y le jura que esta vez si será la última, para recomenzar con la rutina en el fin de semana siguiente.

El día de la partida, los invitados como por arte de magia se esfuman inmediatamente después del almuerzo; nadie pregunta si hay cuota que poner, si hay que asear la casa o el jacuzzi, si hay que cargar las bolsas de basura para el acopio, si hay que limpiar baños. Misteriosamente se desaparecen las pocas cervezas y gaseosas de la nevera, “por si nos da sed en el camino”; la garrafa de aguardiente comprada por el dueño, todavía llena hasta la mitad, termina en el carro del primo hermano de la mujer del mocho invitado por un cuñado que en semana ni nos saluda, “para tomarnos el arranque en la carretera”. Los paquetes sobrantes de pasabocas y mecato que trajimos en nuestro propio mercado, terminan en el carro de la esposa del primo, “por si a la niña de da fatiga en el estómago durante el viaje”. Y no mire el inventario de los discos compactos para que no le de más amargura. Y “préstame una chaqueta para mi novia que está resfriada”, la misma que no volvió a ver jamás.

Y es muy claro que nadie queda completamente contento. Que muy desabridos los fríjoles, que muy pequeña la piscina, que muy estrechos los baños, que le falta pintura al frente de la casa, que muy descuidado el jardín, que se acabó muy pronto el ron, que por tacaños no ponen televisión por cable en todos los cuartos, que si te diste cuenta de que ni siquiera tenían antisolar en el baño para las visitas, que la pobre dueña nunca ha tenido buen gusto para los cuadros que pone en la pared. Y mientras tanto uno es el que tiene que pagar el sueldo y parafiscales del mayordomo, cuentas de servicios públicos, administración, impuestos, lucro cesante del valor de la propiedad, mantenimiento de la piscina. Nadie se solidariza con uno. Nadie le ofrece cuota para ayudarle en estos costos fijos ni cuando piden prestada la finca hasta por quince días. Y si a alguien se le ocurre pedir cuota para pagar entre todos, al dueño lo incluyen como un igual, sin que los gastos anteriormente relatados mitiguen la erogación y le tengan un poco de consideración en vista de lo que tiene que asumir sin ayuda de nadie.

Y vaya y cometa el atrevimiento de no prestársela al compañero de oficina o al sobrino de la esposa con sus amigos del barrio o de universidad. “Usted es un mezquino, un egoísta arribista y trepador que ya no se digna compartir los bienes con los que tienen menos oportunidades, que ya no voltea a mirar a los que crecieron con usted”. Casi que le retiran el saludo y le escupen ironías y sátiras cada que se da la oportunidad. Y si la presta es peor: baños taquiados con papel y toallas higiénicas, pese al aviso en el que se ruega que los echen a la papelera. Comida vieja y mohosa en la cocina. Nevera mala o televisor quemado. Preservativos sucios o papeles de sospechosa viscosidad escondidos en los colchones o bajo las camas. Focos prendidos día y noche hasta que uno regresa para apagarlos si no están fundidos; cuentas de teléfono por llamadas de horas de duración o a larga distancia o a líneas calientes o esotéricas. Bolsas de basura olvidadas o escarbadas por los perros, materas quebradas con las flores y la tierra en el suelo, el paño del billar roto o manchado de huevo y leche por sentar niños a comer en él. Y todo sin la posibilidad de hacer ningún reclamo, pues al hacerlo, únicamente se encuentran negativas, resentimientos, rabias y nada se soluciona.

Si uno humildemente pide que le devuelvan la finca con dos días de adelanto, luego de prestársela gratis por dos semanas, la esposa del amigo de toda la vida decide que no soporta tal humillación y corta de tajo una amistad de veinte años. Si uno considera que en defensa de su intimidad no le parece cómodo prestar el cuarto privado del matrimonio, el amigo de la infancia que la había pedido para ir sólo con la familia y se aparece con veinte amigos, se retuerce de la indignación, poseído de la rabia la abandona en mitad de la noche y acaba con la amistad, olvidando que el dueño siempre lo había invitado gratis considerando su precaria condición económica. Malo porque sí y malo porque no. Se pierde siempre, con cara o con sello. Siempre uno es el villano, el H.P., el maldito rico.

Y la joya de la corona es el mayordomo. Esa sí es una raza aparte. Porque para ventajosos y marrulleros, los campesinos nuestros. A toda hora tramando, tratando de sacar ventaja, creyendo que lo natural es que los pobres traten de sacarle provecho a cualquier precio al que ellos consideran que es rico. Alquilan y prestan sin permiso la finca o la piscina cuando tienen la certeza de que el dueño no va a ir y no rinden cuentas. Hacen llamadas larguísimas por el teléfono y al hacerles el reclamo se enojan, le dicen muerto de hambre a uno y amenazan con irse de inmediato de la finca y dejarla abandonada para no aguantar más humillaciones. Les hacen trabajos a otros vecinos en el horario normal. Si no los están vigilando y marcando a presión, es difícil que cumplan a cabalidad las tareas asignadas. Cuando se aburren o tienen otras ofertas, no tienen escrúpulo en irse sin más, casi sin avisar. Cuando son deshonestos, ocurren robos rarísimos de electrodomésticos, de herramientas, de productos, de animales, de huevos y leche; en casos más delicados, amenazas, extorsiones y secuestros. Casi ninguno es discreto, por el contrario, hablan sin contención hasta por los codos, opinan de todo, saben de todo, se entrometen en todas las conversaciones. Y al finalizar la relación laboral, cuente con la demanda garantizada, siempre con el aval de la oficina del trabajo. Saben más de derecho laboral que los abogados y la ley siempre los protege sin ningún tipo de consideración por el patrón, que siempre es la reencarnación del demonio, no importando lo justo o noble o solidario que haya sido con él y su familia.

Y cuando usted logra sacarle alguna producción a la tierrita, al hacer cuentas descubre que son los huevos, las frutas o la cosecha más cara del mundo, que por el valor de la gallina que logró criar, se hubiera dado un banquete de faisán, que la vaca que se enferma siempre es la de uno, que los peces sembrados en compañía que se mueren son los de uno, no los del mayordomo.

Lo mejor es coger ese capital y en lugar de enterrarlo en una finca que es un embeleco costoso que no genera sino gastos, invertirlo, y con lo producido, puede uno hacer el paseo que quiera, alquilar la finca de otro pobre que ya mordió el anzuelo, ir a hosterías, ir a pueblos, ir a la costa o hasta el extranjero, con los solos intereses, sin las úlceras, las rabias, los amigos explotadores y conchudos, los mayordomos aprovechados y abusivos

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